Hacer pan se convirtió en una obsesión casi desde el principio. Desde entonces invertimos horas, dedicación y pensamiento. Nuestra meticulosidad y rigor nos llevan a mimar cada pequeña cosa, a medir cada variable y saber de su importancia, y a apreciar el producto final siempre con paladar crítico: si no sale como habíamos pensado, le daremos otra vuelta.
En Panadarío todo está al alcance de la vista: nuestro obrador, nuestra materia prima, nuestra gente trabajándola… No tenemos secretos: hacemos lo que ves, sin lacito ni artificio. Además, trabajamos pensando en gustar a los demás, pero primero hemos de gustarnos a nosotros: no nos debemos a nadie, más que a nosotros mismos.
Estamos orgullosos de ser los panaderos que queremos ser.
Sabemos que el pan es un producto a la vez básico y complejo. Es una mezcla de unos cuantos ingredientes, pero en su elaboración intervienen muchas variables y procesos: la temperatura, la humedad, la actividad de las masas madre… Cada detalle puede marcar la diferencia y llevar a un resultado diferente. Hacerlo siempre igual parece fácil, pero para lograrlo hay que haberlo hecho muchas veces.
Insistimos: somos nuestro peor enemigo. Nuestra reflexión, cuestionamiento y curiosidad son continuos. ¿Y si añadimos esto? ¿Y si variamos aquello…? Este perfeccionismo puede resultar agotador a veces, pero es el que nos sitúa donde queremos estar. Daremos otra vuelta.
Todo lo que hacemos, lo hacemos aquí. Nos encargamos de todo el proceso, desde la adquisición de la materia prima, hasta su transporte en condiciones óptimas. Ni masas preparadas, ni bases ya hechas: somos artesanos de verdad.